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A mi padre.
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Panegíricos
Querido
papá:
Muchas veces, vagando por mi mundo
interior, donde mi imaginación me situaba ante los avatares de la vida, barruntaba
lo que sentiría el día de tu ausencia definitiva. No vagaba por los vericuetos
de lo que sería mi vida a partir de ese instante pues eso se me antojaba inalcanzable, simplemente imaginaba, o mejor dicho, intentaba concebir mis
sentimientos ante tamaño golpe vital.
Ese sentido de anticipación, mortal de necesidad para el viviente
cotidiano, era el reducto de mi búsqueda de la certeza- inexistente como
posible estado del hombre pues la única certeza es la muerte -, del estar preparado
psicológicamente para el devenir sin percatarme de que mientras se prevé el
futuro se pierde el presente; aún así, aún siendo consciente de la inutilidad
de mi perturbación mental ante este futurible,
mi natural inclinación hacia la prevención domeñaba mis pensamientos.
Mis sentimientos puestos ante esa
trágica anticipación eran una amalgama de desesperanza, un vacío que rebasaba
los confines de mi sistema digestivo para abarcar todo mi ser como una triste
sinfonía de angustia vital, un trasunto amargo de mi muerte en tu muerte. Pero,
hete aquí que llegó el momento para el que inútilmente me preparaba y nada fue
como presentía. Me receté una sedativa medicación como si de una herida se tratara, posponiendo la realidad
hasta que estuviera preparado para asumirla. De igual manera, todos los actos
sociales que siguieron al óbito estuvieron encaminados a paliar los efectos
anímicos del golpe. Constaté después que este modus operandi es el común denominador en todos los casos: La vida
se protege a si misma, la sociedad protege a sus miembros, el cuerpo y la mente
se defienden de los embates desproporcionados con molicie, como un muelle que amortigua los
efectos del primer y brutal golpe, un vaivén que decrece en su amplitud a medida
que el tiempo transcurre pero que nunca cesa porque la certeza - ahora sí - y el dolor por
tu ausencia sigue presente como un reloj que nunca pierde su cuerda.
Durante días no lloré, siete días después me desperté por la noche con una angustia indescriptible. Bajé al jardín de mi casa de toda la vida, ese reducto solaz donde la familia se había reunido innumerables veces a charlar, convivir y a festejar a los amigos. Encendí un cigarrillo y, sentado a la luz de la luna miré las estrellas de un cielo raso y límpido, entonces sólo entonces, lloré por tu ausencia durante un largo rato. Finalmente, volví a mirar el inabarcable sideral infinito; y recordé las palabras del filósofo Inmanuel Kant (1724-1804): "El cielo estrellado sobre mi, y la ley moral dentro de mí". Miré otra vez a las estrellas y busqué una con una pipa humeante; y me dije que no te olvidaría nunca, que nunca olvidaría lo que me enseñaste: A disfrutar la vida en toda su grandeza y armonía ( "El cielo estrellado sobre mí...) respetándome a mi mismo y, por ende, a los demás; respetando las reglas del juego escritas en mi interior (",y la ley moral dentro de mí")
Desde entonces, los recuerdos que
habían permanecido enterrados en el fondo del pasado han ido renaciendo de las
cenizas del aparente olvido para instalarse en mi mente como un libro que nunca
hubiera leído y que, en una sutil contradicción, volviera a leer sumiso ante un
deseo obligado. De este modo apareció lentamente, de nuevo ante mí, tu vida, nuestra vida; revivida en mi alma,
sin tu presencia. Renovada, emerge plena de sentido una vez que te has ido y
rebrotan las viejas semillas de tus hechos y tus palabras en el suelo fértil de
tu ausencia.
La
muerte es la última oportunidad de volver a ser niños. Una ilusión enfrenta a
lo desconocido y una emoción transcendente debe inundar nuestra mente ante la
gran aventura que se esconde detrás de ella.
Gracias papá, de tu amante hijo. Espera tranquilo mientras vivo bajo el manto de estrellas de tu legado que luego me reuniré contigo pero, aún no.
Sevilla, 11 de noviembre de 2002
P.D.- Dedicada a mi padre, a mi familia y a una entrañable amiga Carolina
[ @carinho9 http://enunamaleta.blogspot.com.es/ ]
Sevilla, 11 de noviembre de 2002
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Copyright @vilpetrus
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De los tontos contemporáneos
Tiempo estimado de lectura: 4 minutos
Petrorías / Artículos
En este mundo nuestro son manada, los que a la verdad son alérgicos, los que con ideologías se acuestan, los cómodos de razones simples, los que creen que lo que decida la mayoría es lo mejor o que la minoría debe imponer su visión a los demás para ser respetada; no puedo contenerme en afirmar que ambas aberraciones son totalitarias.
Los que sólo creen en la razón y no saben que la gran mayoría de cosas que hace o piensa un hombre se basan en creencias, y cierran los ojos para racionalizarlas y no verlas, que no ven que la mayoría de sus decisiones tienen una base irracional o emocional. Y aquellas masas ingentes que se amarran a su soberbia, los que, un día, olvidaron lo que son: hombres.
Sencillamente hombres, capaces de lo mejor y lo peor; donde el más tonto -el tonto contemporáneo- es el que desconoce su condición humana.
Si el tonto, el de toda la vida, no se sabe tonto; al tonto contemporáneo no le importa un ápice s…
En este mundo nuestro son manada, los que a la verdad son alérgicos, los que con ideologías se acuestan, los cómodos de razones simples, los que creen que lo que decida la mayoría es lo mejor o que la minoría debe imponer su visión a los demás para ser respetada; no puedo contenerme en afirmar que ambas aberraciones son totalitarias.
Los que sólo creen en la razón y no saben que la gran mayoría de cosas que hace o piensa un hombre se basan en creencias, y cierran los ojos para racionalizarlas y no verlas, que no ven que la mayoría de sus decisiones tienen una base irracional o emocional. Y aquellas masas ingentes que se amarran a su soberbia, los que, un día, olvidaron lo que son: hombres.
Sencillamente hombres, capaces de lo mejor y lo peor; donde el más tonto -el tonto contemporáneo- es el que desconoce su condición humana.
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Tiempos revueltos
#minipost
Poesías
No queda duda alguna que en estos tiempos que mal andan revueltos, recala la locura del príncipe del pueblo.
Pues ya no hay peor burlesca descordura ni mayor insensatez ni tamaño desafuero que roer la cultura del capitel a la base.
dejar la casa en cueros venderla con premura , en un mal despacharse, lo de nuestros ancestros dilapidan y apuran sin apenas turbarse.
Ya no hay nada sereno, ni moral en la hechura ni seso en lo que se hace mil apetitos prestos a mostrar la bajura del que no aspira a grande.
Se ha antojado completo, no le duele la duda porque está en regodearse, ya no requiere arrestos, ya no quiere estatura, tiene un ego rampante.
Nada le ata, por ello, con nada se apura de libre que es, no sabe, que es como un pollo suelto sin cabeza ni brújula. A nadie cede su sangre.
A su destino es ciego, la vida no le es dura, no requiere rescate -de moral es liberto- ni esperanza ninguna porque nada le atañe.
Al terminar de supurar la vil herida del ego que hiz…
No queda duda alguna que en estos tiempos que mal andan revueltos, recala la locura del príncipe del pueblo.
Pues ya no hay peor burlesca descordura ni mayor insensatez ni tamaño desafuero que roer la cultura del capitel a la base.
dejar la casa en cueros venderla con premura , en un mal despacharse, lo de nuestros ancestros dilapidan y apuran sin apenas turbarse.
Ya no hay nada sereno, ni moral en la hechura ni seso en lo que se hace mil apetitos prestos a mostrar la bajura del que no aspira a grande.
Se ha antojado completo, no le duele la duda porque está en regodearse, ya no requiere arrestos, ya no quiere estatura, tiene un ego rampante.
Nada le ata, por ello, con nada se apura de libre que es, no sabe, que es como un pollo suelto sin cabeza ni brújula. A nadie cede su sangre.
A su destino es ciego, la vida no le es dura, no requiere rescate -de moral es liberto- ni esperanza ninguna porque nada le atañe.
Al terminar de supurar la vil herida del ego que hiz…
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